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UN MEXICANO CON SUERTE EN EL MUNDIAL

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Un buen día se levantó de su cama, horas más tarde sonó el teléfono y una voz desconocida le informó que se había ganado un viaje con todo pagado al Mundial de Rusia 2018. No lo quiso creer, colgó el teléfono y siguió con las labores en su tienda de abarrotes. Pero quien desee saber lo que es la suerte, nada más con darse una vuelta a Llanos en San Lorenzo, municipio de Papantla, Veracruz, podrá saber cómo es el rostro de un hombre afortunado. El caso es que este hombre, de 61 años de edad, trabajador ilegal en Estados Unidos durante algunos periodos de su vida, de pronto se enteró de que era el feliz ganador para ver en vivo y en directo a los jugadores que dirige el colombiano Juan Carlos Osorio. Su primera reacción, como era de esperarse, fue de incredulidad. Varias veces ignoró el teléfono, incluso le pidió a sus familiares que no contestaran, porque había un loco diciendo que él había obtenido un premio para ir a apoyar a la selección mexicana. Con el paso de las horas, impulsado tal vez por la curiosidad o acaso por tanta insistencia, don Román decidió finalmente ir a Martínez de la Torre, la ciudad donde semanas antes hizo la compra de una dichosa bomba de agua. “Mi papá no lo quería creer. Es que con tanta extorsión que hay, se negaba a ir por el premio”, dice Daniela, maestra de primaria e hija de don Román. “Pero días después, cuando lo vi sonriendo en esas fotos en el estadio de Moscú, a lado del señor Azcárraga, solo pensé en que Dios lo recompensó por ser un hombre tan trabajador”. La historia del viaje a Rusia comenzó gracias a que en Llanos de San Lorenzo, una localidad de poco más de mil 200 mil habitantes, donde la mayoría se dedica al corte de la naranja y el limón, escasea el agua. En uno de esos días en que el vital líquido desapareció de las tuberías del pueblo, don Román buscó la bomba para subir agua del pozo. Se sorprendió al descubrir que un ladrón se había llevado el transformador de la bomba. Aquella extraña desaparición se había convertido sin querer en parte de un encadenamiento de sucesos afortunados. Entonces agarró camino para Martínez de la Torre, donde podría adquirir la bomba nueva.

MI BOLETO POR CINCO MIL PESOS

Don Román, en el pasado un hombre que reparó techos de casas y lavó autos en Estados Unidos, luego de platicar con los encargados de la empresa donde compró la bomba de agua, seguía sin creer que el viaje al Mundial fuera totalmente verídico. Una compra de más de 500 pesos le daba derecho a entrar a un concurso cuyo premio era un viaje al Mundial de Rusia 2018. Él no quería poner su nombre y el teléfono de casa en el cupón que le extendió el vendedor. “Uno nunca se gana nada”, llegó a decir incrédulo. Pero fue su consuegro, quien lo acompañaba, el que lo animó a participar. “Al principio, mi padre no creía, quiso vender por cinco mil pesos su boleto de avión a Rusia”, cuenta Daniela. “Yo estoy muy agradecida con él. Se vio obligado a cruzar la frontera para pagar los gastos de la educación de sus dos hijas. Siempre nos apoyó. Nunca dejó de ver por la familia”. Meses antes de saber que resultó ganador, don Román pasó momentos difíciles. Dos discos en la columna vertebral le estaban apretando un nervio. Se quejaba mucho y hacía esfuerzos para caminar. Lo hospitalizaron en Jalapa y con el tiempo pudo regresar a su tienda de abarrotes. En eso estaba cuando le cayó del cielo la noticia de que lo buscaban para llevárselo a Rusia. UN RECUERDO CON EMILIO AZCÁRRAGA

17 de junio de 2018. Estadio Luzhniki. En las gradas de un majestuoso inmueble, vestido con un jorongo con los colores de la bandera mexicana, don Román siente que el corazón le late más rápido de la pura felicidad: está en otro país, rodeado de miles de personas de distintas nacionalidades, y entre todos los presentes, hay uno que se le hace conocido, quizá porque lo vio en la tele o alguna página del periódico. Mira fascinado en distintas direcciones, su lugar se encuentra casi a ras de césped, a unos metros de aquel rectángulo verde donde la selección mexicana conseguirá un triunfo histórico frente Alemania. Por fin se anima a saludar al hombre que está sentado a solo unas butacas de la suya. Camina hacia él. “¿Señor Azcárraga, puedo tomarme una foto con usted?”, pregunta con timidez. La fotografía, como testimonio de ese feliz momento entre dos hombres que si no fuera por el futbol jamás podrían estrecharse las manos, ilustra esta historia. Por eso, quien se pregunte qué es la suerte, que se dé una vuelta a Llanos de San Lorenzo para platicar con don Román. No solo ganó el viaje al Mundial de Rusia 2018, también viajó a cuerpo de rey. Al ser más de diez las personas de toda la República mexicana las que resultaron premiadas, la empresa que pagó los gastos del viaje rifó los cuatro lugares disponibles para volar en Primera Clase a Moscú y, por qué no, uno le tocó a él. Con tanta suerte, lo único que le faltó vivir a don Román es que el entrenador Juan Carlos Osorio le solicitara, en caso de que hubiera necesidad de tirar a portería en la tanda de penales. ¡

QUÉ CHULADA DE GOL!

Del otro lado de la línea telefónica, a miles de kilómetros de su país natal, la voz de quien contesta es la de un hombre agradecido con Dios: “Hace unos meses estaba muy enfermo en un hospital de Jalapa, y ahora estoy viviendo el sueño de mi vida…”. El que habla es don Román. Su celular ha vibrado justamente unos minutos antes de que el guía lo lleve a él y a otros ganadores del sorteo a un restaurante de Moscú. “Ni siquiera en Poza Rica había visto unas construcciones tan grandes”, dice emocionado. —¿Qué otra cosa le ha impresionado de una ciudad como Moscú? —Es hermosa esta ciudad, las calles son amplias y están muy limpias. —¿No le parece que si un ladrón no se hubiera robado el transformador de su bomba de agua, difícilmente estaríamos platicando en este momento? —Es verdad. Un ratero me hizo un favor. ¿Mire hasta dónde me vino a traer? A don Román, de cabello blanco y tan pequeño que parece tener la estatura de un niño, luego de varios días hasta el otro lado del mundo, no le salen bien las cuentas cuando se pone a convertir los dólares a rublos: “¿Usted no lo va a creer? Pero aquí, una taza vale 300 rublos. Creo que mejor le llevaré a mi familia unos llaveros”. Ya casi a punto de comenzar a cenar con sus otros compañeros de la llamada Selección Construrama —así los denominó la empresa que pagó los boletos de avión, hotel y comida—, se despide jubiloso, alegre, deseoso de regresar a relatar a Llanos de San Lorenzo lo que ha vivido: “¡Qué chulada de gol! ¿Sabe? Yo siempre le tuve fe al equipo mexicano”, remata.

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